veintiocho

Un buen día he cumplido veintiocho años y de pronto cada célula, ¡qué digo célula!, cada molécula, cada átomo de mi cuerpo vibra con inusitada energía. Repaso mi aspecto, mis metas, mis logros, mis relaciones, mi situación y comprendo que aunque podría ser mucho peor y también, por supuesto, mucho mejor, difícilmente habría llegado a lo que soy y a donde estoy de otra manera. ¡Y el caso es que me encanta la mujer parada en mis zapatos! ¡Y también los zapatos! Cada día pasa lleno, y el mañana se dibuja suavemente al menos tan hermoso como lo fue el ayer. ¿Se podrá decir por fin que soy feliz? La sorpresa de encontrarme haciendo filosofía al filo de los treinta me conduce al manido tópico del destino. He encontrado el mío, sin pensar por eso que todo está concluido, sino tan solo que estoy en camino. ¡Y en uno bueno! Quizá sea eso lo que produce esa vibración, esa vitalidad que me empuja tan satisfactoriamente a los brazos de cada día. Y eso es lo que me pasa cuando he cumplido veintiocho años; es hora de cortarme el pelo.

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